Se vale soñar.

martes, 19 de octubre de 2010

Si algún día fuese invitado a formar parte del Colegio Nacional mi discurso de ingreso iniciaría así:


Más que tomar la palabra, hubiera preferido verme envuelto por ella y transportado más allá de todo posible inicio.


#Sevalesoñar, #honoraquienhonormerece.

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Feliz cumpleaños, cabrón.

viernes, 15 de octubre de 2010


Felicidades, hoy cumplirías 84 años...



...Grandísimo cabrón.

¿No pudiste esperar, al menos, unos 40 años más para morir?

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2 de octubre de 2010

sábado, 2 de octubre de 2010

¿Cuál es el sentido de recordar una fecha como la de hoy? Los que “vivimos en la universidad” ya lo sabemos, es costumbre, saldrán un montón de pandrosos a hacer su “marcha de honor” bien en humanidades o bien en el parque de la ciudad. La policía estará presente en el lugar, haciendo la mímica de que vigila, que evitará los desordenes, las manifestaciones indebidas. La verdad, todos los sabemos, es que nunca pasará nada – al menos en nuestros pueblitos del interior de la república – , las masas ya están domadas, sólo buscan el simulacro de rebelión, son incapaces, o bien no les interesa en realidad, el acto revolucionario.


A eso se ha reducido la fecha: Simulacro. ¿Debería esto sorprendernos? No, la vida misma se ha vuelto un simulacro. Simulamos saber, simulamos hacer, simulamos vivir. The Matrix es la metáfora que mejor describe nuestros modos de vida. Otra forma de referirse a lo mismo – quizá menos fantasiosa y más elegante – es la metáfora del espectáculo. Vivimos un espectáculo de vida, no participamos directamente, tomamos un papel en la obra, lo interpretamos y, si nos va bien, nos retiramos con el aplauso medianamente espontaneo. Simulacro y espectáculo, dos palabras para decir lo mismo. Dos formas de expresar nuestra incapacidad para ser proactivos. A la vez dos regiones en las que hay condiciones de posibilidad para ser más proactivos y venenosos que nunca. ¡Exquisita paradoja! Lo que más nos impide actuar nos da la condición de posibilidad de ser más peligrosos que nunca, más audaces que nunca, en fin, un poquito más libres que nunca.


Una fecha que vale la pena recordar. Desgraciadamente la han secuestrado un montón de "hippies" marihuanos, yuppies "rebeldes" e hipsters irónicos. La fecha se ha convertido – si no es que ya lo era, desde el principio – en un espectáculo, en una simulación. Los niños salen a jugar al revolucionario, la policía juega a los guardianes del kinder, el Estado juega a sentir culpa. Pero, ya lo dije – y antes, de seguro, ya lo dijo alguna voz, anterior a mi, y lo dijo mucho mejor –, esta pantomima que rosa el absurdo puede ser trampolín/plataforma para gritar, incomodar y recordar. Gritar, pero no contra “el gobierno”, atacar pero no a “la policía opresora”, sabotear pero no “al sistema”. Hay que insertar dentro de todo este simulacro, todo este espectáculo, el veneno de la crítica, la observación mordaz, las letras precisas. Hacer emerger la verdad del acontecimiento. Dentro de todos estos espectáculos hay que rescatar aquello que era esencial para el acontecimiento, lo que lo puso en movimiento, aquello que vale la pena, que será eterno, aquello por lo que vale la pena recordar. El espíritu del 68.


No basta con no olvidar el 2 de octubre - es imposible, ya está escrito con sangre -. No basta con recordar que el 2 de octubre de 1968 no fue un acontecimiento aislado. Hay que rescatar el espíritu, la peste de la época. Ese aroma a carne quemada, marcada, muerta. A carroña, grasa, lodo y sangre. Hay que recordar el shock, la impresión, nuestra capacidad de asombro. Hay que recordar la muerte y el hambre, las epidemias. Hay que recordar a todo aquello que sirvió de marco para la emergencia del espíritu sesentayochista. ¿Pero qué es el espíritu del 68? No es, desde luego, el marxismo-leninismo, el maoísmo, las teorías utópicas. Ni las greñas, ni la imagen desaliñada. El espíritu del 68, si me preguntan, es esa voluntad sisífica, quijotesca y realmente revolucionaria. El espíritu del 68 es algo tan simple como atreverse a pensar de otra manera, creer que todo es posible. Quijotesca porque es una locura bien pensada. Sisífica porque, en el fondo lo sabemos, lo que cuenta no es el fin sino el proceso (micro)revolucionario. El espíritu del sesenta y ocho es la playa bajo los adoquines, la revolución posible, el mundo en potencia. La revolución del sesenta y ocho son las letras de Revueltas, el penser autremente de Foucault, la creación de conceptos de Deleuze y Guattari. También es el grito anticolonial de Cesaire. Es coyoacán repleto de universitarios con camaradería, colectivos unidos, auténticos hippies, verdaderos punks, sujetos con fines comunes. El espíritu del 68 es la trova, el boom latinoamericano, la autocrítica. El espíritu del 68 es, en resumen, la creatividad de los sujetos para ser incómodos y quijotescos ante la sociedad a la vez que audaces para la conquista de las pequeñas libertades, de los pequeños y simples placeres de la vida.

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